6 de marzo de 2013

La Señora de Bombouiller

Dama delicada y distinguida, si tengo que elegir entre las que he conocido en mi vida, me quedo, definitivamente, con la señora de Bombouiller.
Elegante, oportuna y carismática, sabía acaparar la atención del público en las veladas, no solo en las que organizaba ella, sino también en las que asistía como invitada.
Nunca una grosería gratuita, jamás una palabra fuera de lugar.
Hábil en el uso de sus influencias y contactos, lograba estar siempre bien asesorada en lo referido a la administración de su fortuna. La filantropía a través de las donaciones a entidades sin fines de lucro para evitar pagar excesivos impuestos era una de las herramientas que, por las dotes que he mencionado antes, le venía como anillo al dedo.
Me tocó conocerla cuando el director de empresa para la cual yo trabajaba, necesitaba concretar un importante flujo de dinero para la caja de la fundación que él presidía por aquel entonces. Por desempeñarme yo con éxito en el departamento de ventas, juzgaron los directivos que era la persona mas idónea para terminar de convencer a la señora de Bombouiller respecto al destino de su próxima donación.
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Una de las virtudes mas populares de la señora de Bombouiller era su talento culinario, especialmente para los dulces. Sus "candiotis" eran reconocidísimos en el ambiente.
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La velada en cuestión -vayamos al grano- ocurrió en el casco de una de sus estancias.
Estábamos todos en el ágape de recepción, cuando entraron los camareros con las bandejas repletas de "candiotis". Uno a uno los invitados los fueron llevando a su boca; se veían las expresiones de placer en cada uno de ellos. Yo quedé casi para lo último cuando me tocó servirme mi "candioti".
Nunca había probado en toda mi vida una confitura tan desagradable al paladar. Jamás.
Mi cara debió haberlo delatado al instante pues de inmediato se me acercaron dos custodios. Me tomó uno de cada brazo y me llevaron a una habitación apartada.
- ¿Al caballero no le explicaron, verdad?- Me preguntó el mas alto.
No alcancé a responder porque comenzaron a golpearme. No se describrir los golpes que recibí, porque no se pelear, y no me interesa el boxeo. Pero eran lo suficientemente dolorosos como para hacerme entender que los "candiotis" eran un manjar del cielo y lo adecuadamente suaves para no arrugarme la ropa de etiqueta.
El mas bajo de ellos sacó un fino pañuelo blanco y me limpió un hilito de sangre que me bajaba por la comisura derecha.
- Vuelva al salón, no sea que se pierda de convesar con la señora de Bombouiller- me dijo paternalmente.
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Cuando fue mi turno de platicar con ella, lo primero que se me ocurrió fue besarme la yema de los dedos de la mano derecha y luego abrirlos lentamente como pétalos floreciendo.
- Bocato di cardinale - dije.
Sonrió y conversamos animadamente unos minutos. Contó algunas anécdotas divertidas, como cuando fue embajadora de Portugal y cometió una "petit gaffe" con el agregado cultural de Oporto. Finalmente conseguí la mitad del dinero que me había propuesto.
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El director de la empresa no quedó del todo contento, aunque tampoco no protestó mucho. Conseguir nada era una posibilidad y no había sucedido. De todos modos, mi progreso en el departamento de ventas no fue demasiado lejos de allí en adelante.
Tampoco tuve la suerte de volver a ser invitado a las tertulias de la señora de Bombouiller.
Y nunca había vuelto a hablar sobre los "candiotis" hasta hoy, cuando me enteré del fallecimiento de su creadora.
Que en paz descansen.