El del gangoso que va al kiosco a comprar chicles era, sin dudas, el mejor de todos. La interpretación del gangoso que hacía Gavilán, combinada con su acento santiagueño, hacía que nos meáramos de la risa. A fuerza de repetición, no se desgastaba sino al contrario, se hacía cada vez mas divertido.
La cuestión es que el santiagueño un día, sin previo aviso, dejó de ir a los asados.
-Dicen que se fue de seminarista- dijo el zurdo Mendiondo.
Nos quedamos perplejos, anonadados, atónitos... medio pelotudos, para ser mas gráfico.
Ese día comimos el asado casi en silencio.
A partir de ahí el grupo se fue desmembrando de a poco, en forma casi natural. Uno se casó y tuvo un pibe, luego el que se recibió y consiguió trabajo en otra ciudad, otro al que se le enfermó la madre gravemente, otro a probar suerte a Europa... y los asados fueron agonizando hasta desaparecer.
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Lo curioso del caso es que, con los años, me olvidé el remate del chiste del gangoso. No hay caso, no puedo recordarlo, lo he buscado por internet incluso -he leído un centena de chistes de gangosos- y no lo encuentro; ninguno es el de Gavilán.Lo comentábamos tiempo atrás con el zurdo Mendiondo, pues lo extraño es que a él le pasaba lo mismo: no se podía acordar del final de chiste.
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La semana pasada, el zurdo Mendiondo me envió un mensajito de texto al laburo: "cuando puedas llamame".Lo llamé el instante, el zurdo no es de molestar por tonterías.
-¿Que pasó zurdo?
-A que no sabés quién volvió al pueblo- me desafió Mendiondo.
-Que se yo, zurdo... ¿tu ex mujer?.
-Nooooo... paparulo... ¡El santiagueño! Es el nuevo párroco de la iglesia de Santa Rosa. Tendremos la oportunidad recuperar el final del chiste del gangoso.
-Pero mirá que decís huevadas, zurdo. ¿Que te pensás, que va a contar el cuento en medio de la homilía?
-No, pero lo vamos a saludar y le pedimos que nos cuente el chiste, como en los viejos tiempos.
-No se- le respondí, a mi no me da la cara. No voy nunca a la iglesia. Además ¿que le vamos a decir: hola, te acordás de nosotros? somos del grupo de amigos del que un dia desapareciste sin dar aviso.
Ahí saltó, años después, que me había quedado con rencor. Mendiondo, menos diplomático y menos rencoroso que yo estaba dispuesto a llegar hasta el final.
-Escuchá- me dijo. Le voy a hacer una gastada al santiagueño. Mañana sábado, cuando esté confesando, me voy a sentar del otro lado del confesionario como si me fuera a confesar de verdad, y vas a ver que sorpresa le doy. Vamos a recordar viejos tiempos y me va a terminar contando el chiste del gangoso que va al kiosco a comprar chicles.
Quedamos en que yo me apostaría en la vereda de enfrente a la parroquia, esperando su salida. Si todo salía bien, me hacía señas, yo me cruzaba, y formalizábamos el reencuentro de viejos amigos.
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Esperé como media hora apoyado contra la pared, manos en los bolsillos.De pronto, salió el zurdo por la puerta principal de la parroquia, agitando los brazos y gritando enloquecido: "Me contó el final, me lo contó".
Tan entusiasmado estaba, que cruzó la calle hacia mi corriendo, y sin mirar.
Una camioneta que venía en contramano lo agarró de lleno.
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Definitivamente Dios ha decidido que yo no rememore el final del chiste del gangoso, por algo será. No he vuelto a insistir en el tema, no me gusta desafiar los designios del Señor.