El Buitre, Cianuro y yo entramos a cenar a una pizzería, al azar, sin referencias, al vuelo; y nos sorprendimos gratamente: la camarera era una hermosa chica rusa.
¿Y como supimos que era rusa? Pues... nunca lo supimos, lo fantaseamos. Pronunciaba la 'R' muy fuerte, y la arrastraba, así como los doblan a los soviéticos en los doblajes de pacotilla de las películas de la segunda guerra mundial y la guerra fría. Además era muy rubia y de tez blanca, ojos azules; un estereotipo de rusa que nos armamos viendo las deportistas soviéticas en las transmisiones de los juegos olímpicos.
Enseguida hubo clima.
Cuando sonreía se le formaba un hoyuelo en la mejilla.
Por mis canas y mis arrugas, mi tren había pasado de largo, pero el Buitre y Cianuro estaban entusiasmados.
Pero la rusa nos traía cualquier cosa, mal la bebida, mal la variedad de pizza. Evidentemente no entendía del todo el idioma. De todos modos seguíamos embelesados, sus movimientos cuasi frágiles parecían mas de bailarina que de camarera, no encajaba con lo que estaba haciendo.
Le pedimos una picada de milanesa y nos trajo aceitunas. Las dejó junto a Cianuro. Había dejado una señal.
Cuando estaba levantando los platos, e íbamos a pedir un café, se le cayeron torpemente los cubiertos de la bandeja sobre la mesa e hizo un desparramo de botellas, vasos y aceitunas.
- Por lo menos la gravedad funciona - espetó el Buitre, un poco fastidiado por el servicio, pero mas porque las sonrisas de la rusa recorrían los caminos que llevaban a Cianuro.
Bomba atómica en medio de una pieza de minué.
Témpano de la nada.
Como un pedo que se nos escapa cuando estamos tomando la comunión.
Cianuro le clavó la mirada al Buitre; había roto el hechizo.
La camarera rusa sonrojó sus mejillas cual muñequita mamushka, se cubrió lo ojos y salió sollozando de puntillas. Era más frágil de lo que parecía.
No mas sonrisa, no mas hoyuelos.
La cuenta la trajo un mozo al que tal vez apodaran Paco, o Manolo.
Yo dejé propina, Cianuro también, el Buitre no.
Nunca volvimos. No nos animamos. Jamás.
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18 de agosto de 2012
7 de agosto de 2012
Almacén Lidia
La primer poesía que memoricé en mi vida, a fuerza de leerla todos los dias, estaba escrita en letra de imprenta y con fibra azul en una hoja de papel de envolver el fiambre, ubicada detrás del mostrador del almacén de la cuadra de mi barrio. Versaba así:
Si fio, pierdo lo mío
si doy, no se donde voy
si presto, al cobrar molesto
por eso ni fio, ni doy, ni presto.
Clara y concreta; atemorizante, tajante, firme, segura de si misma y rebosante de personalidad, son los atributos que hacen que al dia de hoy aún la recuerde como la mas bella de las rimas. Es ulular de sirenas para mis oídos avaros...
en fin, que mas da...
... el almacenero igualmente se fundió.
Si fio, pierdo lo mío
si doy, no se donde voy
si presto, al cobrar molesto
por eso ni fio, ni doy, ni presto.
Clara y concreta; atemorizante, tajante, firme, segura de si misma y rebosante de personalidad, son los atributos que hacen que al dia de hoy aún la recuerde como la mas bella de las rimas. Es ulular de sirenas para mis oídos avaros...
en fin, que mas da...
... el almacenero igualmente se fundió.
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