Ellos no pueden verme a mi, aunque perciben mi presencia.
El perro olfatea mi olor, lo noto por como levanta levemente su hocico mientras ligeramente mueve la cabeza en busca del rastro.
El pusilánime ratón se mantiene al abrigo del perro. Mueve desesperadamente los bigotes y sus orejas tiesas giran para abarcar el area de donde pueda venir el sonido de su depredador natural. Que imbécil; se siente seguro junto al estúpido del perro, pero así y todo tiene miedo. Puedo sentir los latidos de su corazón.
Aunque los veo perfectamente, confieso que no estoy muy cómodo aquí, Estoy agazapado esperando que se vaya el perro y el cobarde ratón se quede solo a mi merced. Con un ágil, preciso y elegante salto, desde aquí mismo, le pondría mis garras encima y lo devoraría antes que pudiera siquiera emitir ese chillido agudo, bobalicón y mantequita que tanto detesto..
No estoy muy cómodo aquí, es verdad, agazapado apenas con el espacio justo. El estúpido del perro no puede verme, y aunque lo hiciera, no podría alcanzarme. No haría mas que ladrarme como un desquiciado, malgastando toda su tonta energía emitiendo ese ronco sonido que tanto detesto.
Estoy muy alto y él no puede trepar. Aquí me voy a quedar, tieso, agazapado, incómodo. Y cuando me ladre figuraré una actitud petulante
y altanera, de menosprecio a su impotencia a sabiendas de que él aquí no llega.
Y no me moveré, porque mas allá de la postura que transmita, me quedo quieto porque soy un cobarde, le tengo miedo. Su ladrido me aterra tanto que no puedo mover ni los bigotes.